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SECTARISMO Y TOLERANCIA.
(Resumen de la conferencia ofrecida en la Cátedra Héctor Abad Gómez, Facultad Nacional de Salud Publica, Universidad de Antioquia, viernes 11 de septiembre de 2009)
Por Eufrasio Guzmán Mesa
Director Instituto de Filosofía
Hasta donde se puede observar el sectarismo es la manifestación de una dimensión decisiva de la vida humana, quizás sea la expresión de una tendencia innata a asociarnos y a formar bandas para obtener resultados vinculados con la supervivencia. Esta tendencia a formar grupos, y muchas otras pre programaciones humanas, son parte importante de nuestro proceso evolutivo y de los procesos de adaptación a las circunstancias de nuestro desarrollo. Una de nuestras tendencias más fuertes quizás sea esta a formar grupos, de hecho es una de las tendencias evolutivas más claramente identificadas por las ciencias de la conducta y especialmente por la Etología humana.
Sin lugar a dudas somos portadores de un conjunto de tendencias innatas que hacen parte de nuestra herencia como especie, algunas las tenemos en común con otras formas de vida y esas tendencias innatas han sido, en parte, responsables de nuestros éxitos anteriores en el proceso del desarrollo de la vida humana en la tierra. Pero muchas de estas inclinaciones naturales, que han cumplido en el pasado un papel positivo, han podido recientemente convertirse en un lastre para nuestro desarrollo armónico. Como se ha discutido ya durante el siglo XX esas adaptaciones, que se han convertido en parte de nuestra naturaleza, tienen un aspecto negativo que ha terminado por ser un lastre para el desarrollo humano, en nuestro caso la evolución biológica se ha vuelto más lenta y por el contrario la transformación permanente de la cultura nos enfrenta nuevos retos. Mucho se ha estudiado, por ejemplo, el problema de la agresión desde que se lo vinculó con un pretendido mal inherente a la condición humana.
El impulso, instinto o pre programación hacia la agresión, nos permitió en un pasado remoto relacionarnos exitosamente con otras especies competidoras y controlarlas o incluso eliminarlas, pero el impulso agresivo, bajo la forma de la guerra como agresión organizada e intraespecífica, amenaza todo el proyecto de la vida humana. La guerra fue en el pasado, y lo sigue siendo, un mecanismo para obtener los mejores nichos y recursos de todo tipo y su tecnificación extrema en el siglo XX, con el desarrollo de los conocimientos humanos que han permitido liberar la energía interior de la materia, ha llegado a amenazar la continuidad no sólo de la especie sobre el planeta sino que pone en peligro formas muy importantes de la vida y de la naturaleza en su conjunto. Para muchos pensadores, filósofos y comunidades intelectuales, estamos en una disyuntiva: si no empezamos a pensar y a actuar de manera cosmopolita y coordinada como especie nuestro futuro en el planeta estamos condenados al fracaso. Una expresión lapidaria de esta realidad es la frase muy citada del antropólogo francés Claude Levi-Strauss: “El mundo empezó sin el hombre y terminará sin él”. ¿Este panorama es inmodificable?
Creo que el sectarismo en casi todas sus formas es una manifestación de esta tendencia humana a agruparse e identificarse con otros humanos y también con ideas o representaciones que se consideran valiosas. La premisa básica del sectarismo es la siguiente: Yo y el grupo de personas al que pertenezco somos mejores y tenemos propósitos de más valía que las personas que no pertenecen a este grupo, las cuales están equivocadas y por lo tanto pertenecen al bando equivocado. Entiendo, por supuesto, que esta es una visión sumamente simplista y esquemática del sectarismo, pero la psicología y la sociología del sectarismo son exactamente así: simplistas y esquemáticas. El sectarismo se disfraza de muchas formas, algunas sutiles otras más bruscas y directas.
Creo que el sectarismo ha cumplido un papel importante en varios asuntos humanos y uno de los más significativos en los tres últimos milenios es el de la historia de las religiones. Si nos preguntamos sobre la razón por la cual no hay una religión humana ecuménica y cosmopolita, siendo tantas las analogías profundas entre las grandes religiones de la humanidad, quizás la respuesta está en el sectarismo. La historia del cristianismo se muestra como una disputa ruda entre sectas que disputaron entre sí sobre interpretaciones de mensajes o enunciados concretos, el hallazgo de los Manuscritos del mar Muerto revela detalles que muestran un panorama de gran interés para los estudiosos del tema. Creo también que la historia de las ideas y la historia de la filosofía son un laboratorio para acercarse a ese abismo lleno de disputas en las cuales los argumentos ligeramente diferentes que se enfrentan irreconciliablemente nos dan un trasfondo de intolerancia y diferencias artificiales. En el comienzo de la filosofía occidental pitagóricos y herméticos llevaron a la hoguera de manera reciproca sus escritos. Pero miro primero la paja en mi ojo, ahora procedo a mirar otro horizonte.
En la historia de la ciencia de los últimos 150 años encontramos ejemplos vivos de esta actitud, me parecen resaltables las contingencias del desarrollo de las ideas marxistas y el capítulo del desarrollo del movimiento psicoanalítico en Occidente. Marx fue enormemente intransigente con sus seguidores más cercanos cuando intentaban un giro que él consideraba “utópico” o poco científico y Freud pidiéndole, a quien consideró por buen tiempo su mejor alumno, que “jamás abandonara la teoría sexual” son dos buenos ejemplos. La historia de la antropología de los primeros 100 años, con más de 152 acepciones para su central noción de cultura, es otro ejemplo. El hecho de que el sectarismo haya hecho carrera en el terreno de la búsqueda de conocimientos confiables es buen indicador de que los desarrollos de la inteligencia humana mas resaltables no están exentos de esa inclinación tan fuerte que describo.
De un texto de un marxista en 1935 sobre el tema extraigo este párrafo: “El sectario vive en un mundo de fórmulas prefabricadas. En general, la vida pasa a su lado sin que se percate de su presencia, pero de tanto en tanto le da un golpecito que lo hace girar ciento ochenta grados sobre su propio eje; luego, sigue su camino... en la dirección contraria. Su discrepancia con la realidad lo obliga constantemente a precisar sus fórmulas. A esto lo llama discusión. Para el marxista, la discusión es un arma importante, pero funcional, de la lucha de clases. Para el sectario, la discusión es un fin en sí mismo. Sin embargo, cuanto más discute, menos comprende las tareas verdaderas. Es como un hombre que sacia su sed con agua salada: cuanto más bebe, más aumenta su sed. De ahí su irritación constante. ¿Quién puso la sal en su vaso?” Creo que como los casos enumerados todo investigador, científico o artista ha tenido experiencia de las sectas y del sectarismo en su vida.
El sectarismo es simple y esquemático, es pueril, al parecer tiene además relación con un sentimiento infantil de virginidad, pureza, no contaminación, en suma un cierto puritanismo lo acompaña. El sectarismo se deja ver en ocasiones como un “no dejarse enredar con cuentos”, no desorientarse, seguir un camino trazado previamente. Mentes brillantes acostumbradas a lo complejo de sus campos de trabajo se terminan inclinando a tomar posiciones sectarias. El sectarismo también se manifiesta como un estado de entusiasmo y fascinación: con un tema, una teoría, un enfoque, un autor, un grupo, un líder. Separar el sectarismo de otros impulsos cognitivos, de otras fuerzas afectivas que intervienen en los procesos es importante, yo diría que definitivo si queremos el progreso del conocimiento y de las instituciones y lo que es más importante: la continuidad de la especie humana.
A nivel social, histórico, político e incluso universitario, el sectarismo puede ser causa de distorsiones muy graves, en la disputa, por ejemplo, entre las “dos culturas”, la de los científicos y la de los humanistas o literatos, que se desconocen o ridiculizan mutuamente, hay mucho de esta disposición innata que trato de ilustrar y denunciar. La mejor manera de enfrentarse al sectarismo es sin lugar a dudas una actitud receptiva y fresca, la que nos impone esa otra pre programación maravillosa que está detrás de la curiosidad humana y que se manifiesta como avidez de novedades y curiosidad sin límites, la misma que necesitamos para afrontar el trance final de la muerte, porque los seres humanos, en nuestro apegamiento a los hilos de la vida, necesitamos aprender a morir y nunca concluimos de aprender a vivir.
La intolerancia y el sectarismo son responsables de mucha crueldad y dolor en la historia de la especie, guerras de décadas están impulsadas por esos segmentos de nuestra irracionalidad. Las mejores instituciones que los seres humanos hemos concebido se han deformado de manera grave y algunas se han deteriorado inexorablemente por esta cruda propensión a formar bandos y pensar que se tiene siempre la razón. En las universidades, como instituciones dedicadas a la libre investigación, el sectarismo más crudo hace camino ineluctable. Hay un sectarismo muy peligroso en la separaciones disciplinares y en la organización por facultades y si esas facultades se organizan por áreas y pugnan entre sí por los poderes y la administración, es decir, por los recursos económicos y por las posiciones predominantes estamos ante un hecho que puede ser grave y esa gravedad aumenta si se convierte una posición dominante en una hegemónica y excluyente. Quizás el sectarismo más peligroso es el que se nutre de la idea de que la salud y las obras de ingeniería, puentes y carreteras, la química del carbón o nuevas fuentes de energía, para poner ejemplos, son de primer orden y mas importantes que la preocupación por la historia, la cultura, la mente y el papel de lo psíquico en la sociedad humana. Este último sectarismo es muy grave porque supone que somos sólo cuerpos que deambulamos por la naturaleza y las ciudades, cuerpos que necesitan salud, alimentos y artefactos, una dosis mayor de energía y no sé cuantas cosas más de una visión que privilegia los físico sobre lo psíquico, la material sobre lo espiritual, lo económico sobre lo cultural.
Nunca podremos olvidar, y el sectarismo dominante en occidente lo olvida o lo minimiza, que somos seres integrales, cuerpos que piensan y sueñan su futuro, sociedades de animales especiales que hace milenios vienen trazando sus destinos desde la memoria, con conciencia de la historia y de la tierra. La catástrofe ambiental que como especie le hemos infringido a la tierra, la profunda crisis de la economía y la política mundial se origina en un olvido del ser, en una ignorancia ilustrada que gobierna con gestos y golpes de mano y se olvida que el destino del ser humano en la tierra se plasmó con tierras de colores en los techos de las cavernas y que las preguntas de los atomistas griegos fructificarían en el desentrañamiento de la energía que está contenida en la materia. Olvidar esto es olvidar lo esencial y es creer que si pronunciamos la palabra humanismo estamos resolviendo este profundo dilema al cual nos ha llevado nuestro sectarismo ancestral y destructivo.
En nuestra universidad y en la nación, en todo el mundo contemporáneo, hace falta recuperar la dignidad de un genuino reconocimiento del otro, reconocer no es manipular, por ello hace falta recordar que somos seres integrales, dotados de cuerpo, mente y un espíritu que no se pueden atropellar pues es como si desconociéramos e ignoráramos nuestros antepasados, olvidando de paso el origen y sentido de la sangre que corre por nuestras venas.
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